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ACTO DE AMOR

El hidroavión se posa en las tranquilas aguas que rodean una de las cuarenta islas del archipiélago en el mar Caribeño. Deja que le desabroche el cinturón de seguridad y sin espera alguna, sujetándola de la cintura, lentamente, la traslade hacia los brazos que la reciben para colocarla sobre la rudimentaria canoa, la que al bambolearse la marea mas que el viaje realizado. Solamente se sienta cuando está a su lado y se lo pide. Sabe entonces que los estaban esperando.

Es corta la distancia hacia tierra firme, pero parece una eternidad y se sobresalta cuando comprueba que el transporte aéreo los abandona, dejándolos en el llegar y sin posibilidad de retroceder para regresar.

Se quita la camisa compitiendo su torso con el del desconocido, la única diferencia es el color de la piel, y deja sus pies desnudos haciendo lo mismo con quien no pretende resistirse ni preguntar.

Cerca de la orilla, salta de la canoa y llevándola en brazos, la deja antes de llegar sobre las aguas tibias para caminar juntos, tomados de las manos, el corto trecho hasta la arena. Lo mira para comprobar que la está mirando, y se olvida que las zapatillas quedan en la canoa que se aleja.

Un hombre y una mujer se separan del grupo que saluda a la distancia. Sus cuerpos desnudos al máximo posible han sido acariciados por el sol desde siempre y brillan sin sudor. Se acercan sin apuro mientras intenta retroceder lo que impide con el “son amistosos”. Comprende que están solos a pesar de tantos pero no tiene temor cuando está con él y empieza a gustarle el desafío. El hombre se para frente a ella y se inclina en especial reverencia para colocarle un collar de flores que se acomodan sobre el pecho el que pretende disimular el aleteo del corazón y más fuerte y diferente que de costumbre. La mujer en puntas de pie y con igual protocolo, hace lo mismo obligándolo a doblar su espalda y agachar la cabeza para permitírselo.

Nuevamente las miradas se encuentran, sonriendo, “nos dan la bienvenida”, y ya no necesita preguntar. Caminan en silencio tomados de las manos y hacia donde los guían solamente con estar delante. Mira las huellas que van quedando sobre la arena y descubre que las propias son las más pequeñas, aun las de la mujer que se da vuelta de a ratos para sonreírle y comprobar que si son diferentes, porque la belleza de la noche  y la belleza del día se ha instalado en cada una de ellas.

Juega el viento con los cabellos obligándola a correr su flequillo y evitar que le impida ver lo que va descubriendo. El, hace lo mismo con su mechón para decirle sin palabras que está nervioso, porque así ese gesto, siempre le permite saberlo.

El pensamiento se interrumpe cuando parece que han llegado al ser rodeados por tantos que les sonríen como contentos por ser visitados. Algunos niños, los más pequeños, se esconden detrás de sus madres, otros se acercan para tocarla tímidamente y no le molesta que lo hagan, algunos hombres le palmean la espalda como si ya lo conocieran.

El anciano es ayudado a ponerse de pie y les toma las manos que se sujetan, sintiendo que algo extraño se le mete adentro impidiéndole dejar de mirar ese rostro en donde no caben mas arrugas de las que pueda contener, le sonríe y la mira  para quedar atrapada al descubrir que en los pequeñitos y profundos ojos de los que no puede distinguir su color, hay pruebas de una sabiduría en la que no se sabe cuantos años son propios y cuantos heredados.

Con la misma ayuda se sienta indicándoles sin palabras que también lo hagan frente a él. Una hermosa mujer tan joven como ella, con una flor nunca antes conocida que se sujeta por el impresionante cabello negro que no deja de caer por todo su cuerpo, se le acerca para tocarle el pelo con delicadeza señalando hacia el sol al serle extraño el color, y colocarle una pequeña y perfecta corona de flores iguales a la flor que usa. Calman la sed compartiendo el mismo fruto del pino que les ofrecen en reverencia, y sin saber que la piña representa el conjunto de personas y de cosas unidas estrechamente así como el nudo que se teje para unir lo que está separado. Disfruta sintiendo que lo sorbido recorre el camino trayendo la calma para saber que una extraña y nueva paz la acaricia por dentro, coloca sus ojos celestes en los verdes amarronados de quien no deja de disfrutar del permanente asombro que le regala.

Cuando comprueba que han saciado la sed y atemperado la ansiedad, con palabras que debe traducirle, el anciano les pide que vayan a descansar porque los espera cuando la luna los llame.

En una de las cabañas, la mas alejada del resto, sobre apenas una manta, se queda escuchando la soledad mojada por el ir y venir de las olas que le hablan en el mismo idioma del anciano. Tiene los ojos cerrados pero sabe que no duerme, porque no acostumbra hacerlo cuando tiene la cabeza apoyada en las manos, entiende entonces que está pensando y no sabe qué, pero si sabe que sigue nervioso porque a veces acomoda su mechón metiéndole los dedos en rápidos movimientos.

Comprende que ha podido dormir como hace mucho no lo ha hecho, y despierta complacida cuando pasándole suavemente su mano por la mejilla le susurra “tenemos que irnos”. Se incorpora satisfecha y le dice entender al mismo tiempo que no comprende cuando expresa “tengo que esperarte un rato afuera”.

Dos mujeres aun bellas a pesar de la edad, con la misma flor morada que usaba la joven de la tarde, sonriéndole, se esfuerzan en explicarle que debe desvestirse para usar la túnica que le ofrecen, y se deja convencer. Ellas se distraen en las pocas cosas de la cabaña respetando su timidez, y como si supieran que ya lo ha logrado, se dan vuelta para observarla y decirle con gestos que está muy linda. Una de ellas le coloca una pulsera de iguales flores a las que tiene de corona pero más pequeñas en uno de los tobillos y mientras comprueba que el nudo sobre su pecho está fuertemente atado, la otra mujer le indica a que debe entrar a buscarla. Ríen satisfechas cuando le dice que está hermosa y le extiende su mano.

Caminan por la playa guiados por las mismas mujeres pero por distinto lugar al que hicieron antes al llegar, cerca de la orilla como para que la espuma les acaricie los pies desnudos, dejando atrás palmeras erguidas entre la frondosa vegetación selvática, iluminados por el espejo de la luna sobre las quietas y silenciosas aguas. La tarde está escapando mientras descienden por un angosto sendero y los ojos observan sorprendente ocaso. El olor del mar, el cielo en donde no caben mas estrellas, la noche es cálida, pegajosa, envolvente, la arena no deja huellas, es casi blanca y totalmente transparente como para que no haya tanta oscuridad. Como un oasis en medio del desierto solo cabe deslumbrase como en un sueño, como en una fantasía real en la que son protagonistas absolutos.

Ahora los pies desnudos parecen hundirse en arenas tibias y se escucha el rumor del mar como si cantara. Las mujeres ya no están y no sabe cuando han dejado de estarlo, es entonces que divertida se atreve a decirle que debajo de la túnica no usa ropa interior como ninguna de las mujeres y tal como se lo hicieron saber, él, le sonríe y la sujeta de la cintura para seguir el camino.

A escasos metros de la orilla donde las aguas no dejan de besar la arena ondulándola, un desprendimiento de calor y luz por combustión de sustancias perfumadas, calientan e iluminan la playa en donde están esperándolos en indisimulada algarabía. Se siente feliz al encontrar al anciano junto a la fogata, quien la mira complacido y les pide con un gesto que se sienten a su lado. Se arrodilla frente al fuego que parece reír intentando cubrir lo que más puede sus piernas desnudas. Se sienta junto a ella flexionando sus largas piernas y apoyando los brazos sobre las rodillas. El mismo hombre y la misma mujer se acercan para entregarles a cada uno un coco perforado el que tienen que disfrutar echando la cabeza hacia atrás. Pasa su lengua por los labios mojados. Deben elegir los camarones que deseen de una inmensa fuente que le ofrecen varios hombres y mujeres, todos bellos, todos iguales de jóvenes.  Prueba la parte de la langosta con salsa de hierbas que le ofrece, después salmón con salsa de mango, luego abadejo, ostras, congreo con leche de coco, y un poco de todo para no despreciarlos pero sabe que ya no puede incorporar mas alimento, ni aun las magníficas y desafiantes frutas que acomodan frente a ellos sobre una rústica fuente. Se lavan las manos en las pequeñas e individuales vasijas de barro que les acercan a cada uno, secándoselas con profundo respeto percibido sin esfuerzo.

Disfruta sin disimulo y comprueba que el anciano la mira complacido sintiendo que en el mismo momento la observa, quedándose en su piel suave y blanca, en su rostro de niña-mujer que no puede abandonar la sonrisa y que no necesita maquillaje alguno si siquiera en los labios, los que toman color cada vez que los sujeta con los dientes para expresar su satisfacción ante cada hecho. Es tan deslumbrante su presencia que ni siquiera se atreve a tocar los rubios cabellos que revolotean con la brisa o que se quedan quietos rozando apenas sus hombros totalmente desnudos.

Se sobresalta cuando a un gesto del anciano un ensordecedor retumbar de tambores rompe el embrujo de la noche atravesando el silencio hasta parecer enloquecidos. Se desparraman todos los sonidos posibles que vuelan y regresan en ecos sin interrupción para meterse adentro e impedir que pueda quedarse quieta.

Solamente son las mujeres las que se levantan y rodean la fogata que ha sido nuevamente alimentada para esta vez reír a carcajadas. Bailan sin detenerse. Los pies descalzos, el cabello sobre la cara que descubren con bruscos movimientos de cabeza, los cuerpos apenas cubiertos que se quiebran en cada golpeteo de tambor, parece en vano poder seguir cada paso de cada mujer introducidas en una frenética exaltación de la sensualidad.

Acercando su rostro que lo mira con indisimulada alegría le dice “en esta noche las mujeres van a elegir a su hombre y los hombres esperan ser elegidos”. Divertida le pregunta  ¿y si eligen a un mismo hombre?.

-No es posible que ocurra porque ya antes se han puesto de acuerdo y ninguna elegiría al hombre de la otra.

- ¿Alguien te puede elegir a vos?.

- Puede ser, le dice con cierta picardía, ¿alguien se puso de acuerdo contigo?.

Intentando disimular el susto producido por la sorpresiva pregunta, lo mira con los ojos mas celestes aun y más bellos que el cielo al comenzar el día que están despidiendo.

- ¿Querés ir a bailar?.

- Me gustaría, no puedo quedarme quieta.

Aunque sabe que quiere ir para que nadie se atreva a quitarle su hombre porque nadie se puso de acuerdo con ella, y comprueba que ha podido introducirle la duda y el temor como para convencerla sin demasiado esfuerzo.

- Ve y elige a tu hombre.

Lo mira seductora y se propone impedir que alguien se atreva siquiera a intentar acercársele.

Se pierde entre las mujeres aunque la sigue por todos lados como si no existiera otra mujer mas que ella. El anciano lo observa de reojo y sonríe. Logra imitar cada movimiento hasta parecer una mas entre tantas al mismo tiempo que es totalmente diferente.

Los tambores callan de improviso, un expectante silencio, las mujeres se aquietan, despacio y sin apuro golpeteos de dedos adquieren incomparable celeridad hasta enloquecer y salpicar de notas el cuerpo de cada mujer, las que se van alejando sensualmente del fuego de la fogata para acercarse al fuego de la elección.

Como si nadie existiera en la playa y como si los tambores no hablaran, camina despacio hacia su hombre, disfrutando del juego y jugando mientras deja que la desnude con la mirada. Acepta la mano extendida y sujetándose con toda la fuerza del amor que está intacto, se arrodilla frente a sus ojos, apoya su cabeza en las rodillas flexionadas y abraza sus piernas, necesita descansar del baile, necesita calmar el corazón excitado, necesita que le acaricie los cabellos, sentir el recorrido de sus dedos por su columna y el rozar su mano cada parte de su espalda. La halaga, la agasaja, la ama mas aun si es posible, de todo el amor que intenta explotar su torso desnudo que la cobija, la protege, la necesita.

Y todo se vuelve incomparable silencio, el anciano ha desaparecido, y solamente parejas descansan en la arena que se pega en el sudor de cada respiración acelerada.

Despierta en el abrazo sin acordarse cuándo fue y después de qué se quedó dormida.

Amanece. Apenas.

La fogata ha desaparecido en las cenizas que se va llevando el despertar del nuevo día aun en su madrugada. La luna persiste su presencia iluminando las aguas, las estrellas se van despidiendo detrás del sol y cruza el espacio silbidos de pájaros que espían entre las hojas de los árboles, todos testigos a distancia.

Como los invitados que son, el conjunto de costumbres rige la ceremonia preparada solamente para los que frente al anciano, de pie, sin cansancio alguno, expectantes, esperan, mientras se aferra con todas sus fuerzas a los dedos que le trasmite fuerza.

El anciano vestido con sus mejores ropas los mira al mismo tiempo para empezar a hablarles en su sabiduría, lo que no necesita traducción alguna. Pide la mano libre, la que coloca suavemente sobre la del hombre elegido, para permitirles que se unan  y empezar a sujetarlas con una trenza de restos obtenidos de la vegetación y unirlos fuertemente en ese instante. Varias vueltas sobre cada muñeca, enroscando los dedos de uno y el otro, y como si lograra un nudo que no hace, oculta cada final en una y otra mano. Cobijando con las suyas tiernamente lo realizado, un gesto extraño hace saber que bendice lo obtenido y trasladando su mirada hacia los expectantes ojos le habla en su propio idioma con el prudente conocimiento de la vida en todo su contenido.

Siente que cada palabra oída la moviliza al mismo tiempo que la ha paralizado, y sin intentar negarse porque no quiere, apenas puede expresar su “si” con un suave movimiento de cabeza, mientras se aferra aun más a la mano que la sostiene. Con un cerrar de ojos el anciano explica que la ha comprendido, que sabe lo que siente y le sostiene la mano enlazada que no puede dejar de temblar.

Mira el anciano la estatura y se instala en sus ojos para no dejar palabra por pronunciar.

Espera el anciano la respuesta y acepta lo que los ojos logran responderle, porque están nadando en las acuosas gotas que le nublan la vista mientras que algo le aprieta la garganta impidiéndole decir que si aunque ya lo ha dicho con todo su ser y su estar.

Seguro el anciano de que está dispuesta y que hará lo que con desesperación necesita hacer, sosteniendo ambos pares de manos, las que se sujetan hasta doler y las que ha atado con suavidad, los despide señalándoles con la mirada el nuevo trayecto.

“Mujer camina con tu hombre sin temor y sin vergüenza”. “Hombre camina con tu mujer la vida que quieres compartir”. “Partan ya hacia el futuro que los esta esperando”.

Acompañados por el silencio, largo trecho, mojando los pies desnudos la orilla que se funde en la arena dibujando huellas, cada paso, todos los pasos, sus único pasos y mientras llegan.

Frente a una cabaña similar a la de la noche anterior pero construida sobre pilares, se dirigen, empezando a subir escalón por escalón.

Descansando el dolor del pasado en la inmensidad de los ojos profundamente celestes, olvida todo el ayer para intentar recuperar el presente maltratado y perderse en el amor del futuro.

Le jura amor eterno y ella se abandona sin esfuerzo al deseo.

Le da las gracias por todo y tanto y apenas roza sus labios el inicio del próximo beso, siente que no puede resistirse porque no quiere y si quiere que jamás termine. No puede recordar palabra alguna expresada después del te juro y te prometo, el placer la recorre entera aprisionándola. Aprieta su mano enlazada, se aferra al barrote que logra encontrar.

Se deja transportar desligándose de todo esfuerzo, se desliza por la encendida hoguera interior que anula todas y cada una de sus defensas. Una lava ardiente la quema con ternura tan adentro que el volcán estalla en su cuerpo, acariciándola. Temblores y remansos se suceden sin interrupción deslizándola por la pendiente, y permitiéndole volar cuando la marea, en su movimiento de descenso y ascenso, atraídas las aguas por el sol y la luna, conquista la cúspide del mundo, para gozar sin timidez la desnudez de su intimidad mojándose en la cascada de besos que juran y prometen.

Respiran mariposas en sus pechos al mismo tiempo que un tropel de cascos descarriados, galopan el corazón plenamente satisfecho. Una abundante concurrencia de sensaciones cual torbellino de luces multicolores, y remolinos de destellos cual gritos y risas, la aleja definitivamente de las dolidas horas del ayer.

El aliento jadeante suspira, mientras se abraza al viento cuando entra al edén apacible, tibio, tierno, lo que le permite olvidarse de si misma y convertirse en la sombra de los labios que vagan sin apuro y sin interrupción, llamándola porque la necesita.

Es entonces que ya puede caminar sintiendo el rocío y la escarcha, destruyendo cualquier posible muralla, traspasando sin miedo cualquier puente, escuchando solo repiquetear de campanas desparramando melodías, salpicando notas y sentir que las manos enlazadas se le meten dentro evitando que parta cuando está llegando.

No queda trayecto por recorrer, y mientras sueña y delira por el sendero en que la ha guiado, se vuelve a encontrar hallándolo intacto. Sin saber y sin pretender hacerlo, el tiempo se ha convertido en fuego del querer donde arde el amor satisfaciendo cada parte de su cuerpo.

Se abraza a su pecho, se enreda en su olor de hombre, cierra los ojos mas aun, apoya la cabeza en su hombro, y los brazos rodean su cintura cual escudo protector.

No hay nadie mas en la playa, y mientras coloca sobre su cabello una flor morada igual a las mujeres de la isla prueba indiscutible de que son mujeres amadas, apacigua todo su ser dejándose halagar en la inmensidad de los ojos celestes de quien tanto lo ama.

Recorren los últimos escalones. Entran. Todo el pasado huye de prisa vencidos por dos pájaros que levantan vuelo.

 


(Publicado en Club del Libro)

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