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Retazos


RETAZOS

La decisión intenta el encuentro en esos quinientos centímetros de ancho por seiscientos veinticinco centímetros de largo. En el espacio creado a imagen y semejanza, de lunes a viernes, la mayor cantidad de horas posibles, resultado del esfuerzo y la consigna por uno mismo y a mi manera, como refugio o tal vez exilio, está su ser y pertenencia. La alfombra gris fusionada con celeste acallan los pasos propios y ajenos, el empapelado con flores apenas perceptibles imaginan un jardín que no es necesario regar, techo blanco para iluminar cuando escapa la luz del día, un ventanal igual de ancho le permite, tantas veces, quedarse en la ciudad, a distancia, desde el piso once. Sólo un cuadro de pintor desconocido, muerto en el anonimato por los que no supieron a tiempo descubrir el valor de su arte, engalana una de las paredes, llamando cualquier atención por la perfección de su belleza. Enfrente, se apoya tímidamente la mesa de madera oscura con protección de vidrio, y ahí, todas las mañanas, antes de llegar, la cafetera térmica, el agua mineral en jarra, un porta saquitos de cualquier infusión posible, tazas y vasos, esperan a quien quiera acercarse por propia iniciativa o aceptando la invitación.

El sillón capitoné, legítimo cuero negro no deja de girar permitiéndole instalar la mirada en el afuera y en el adentro, se queda en el pensamiento que intenta minimizar cualquier impertinente sentimiento, sorbe el café negro adornado de un chorrito de leche fría y una cucharadita de azúcar, no importa que esté demasiado caliente, no tiene paciencia de esperar, necesita sentirlo recorrer a modo de caricia.

Sobre el escritorio, la agenda abierta en el día espera la lectura y el reloj no se atreve a hablar dejando que las agujas caminen su tiempo.

La soledad, solicitada a modo de orden, inmóvil, en silencio, se instala despacio, profunda cual miedo no conocido, desafiando, se convierte en temblor, perceptible apenas. El tic tac en el párpado derecho, cada músculo tenso, y el sudor resbalando por todo el cuerpo. En blanco como el techo o la hoja que espera, nada existe salvo la tristeza frente al espejo en el que intenta reencontrarse, para devolverle el dolor al apretar los labios y soportar, asfixiándose, un grito ya cansado, y resistir, ardiendo, las lágrimas ya gastadas.

Lo sabe porque lo ha escuchado una vez y suficiente, es por eso que ha suspendido las reuniones del día y ha dado otra cita a los que esperaban ser atendidos, y por eso también que no le queda otra posibilidad que jugar en la computadora esperando su llamado, el que intuye que no ha de acontecer.

 

Esa presión en el cuello, el mareo, la tensión, y los ruidos pequeñitos acomodando las vértebras. La mano derecha permanece quieta, los ojos se cierran para mirar el pensamiento, la boca cerrada en labios apenas apretados pronuncian susurros.  En la mitad de la mañana, recién, los fallecidos recuerdos resucitan en destellos y esquirlas del pasado, para saber que duelen todavía acumulando las cenizas de cualquier fuego, ese que pretende quemar la valentía de vivir sin su presencia. Un golpe sin ruido sobresalta, el latido se apresura, duele la cabeza desde adentro y desde afuera, el cuerpo todo, un escalofrío a lo largo de la columna vertebral instalándose en la cintura, los dientes ahogan el grito de la garganta demasiada seca de sabor amargo. Se presentía este día al terminar la semana después de los anteriores en que lo extraño era permanente compañía, al buscar en cualquier momento de tanto trabajo, el recoveco de quedarse en la distracción, en no responder, en dar vuelta el sillón hacia el ventanal, en transitar la alfombra o en no responder con la mirada buscando escapar.

 

El corazón busca adentro y profundo, aparecen burbujas del ayer con nombre de recuerdo, arabescos del mañana, como algo nuevo engañando, la mente se resiste al mensaje de todo el cuerpo, el cigarrillo no sirve. Se acomoda mas aún en el sillón envejecido igual que su vida todavía joven, volteretas de humo se dispersan para ser parecidas a la confusión que acompaña con infinita paciencia. Nada. Espera. Se queda intentando soñar alguna idea. En lo neutro, la paleta de manchas multicolores parece inquietarse, la hoja con mayor experiencia, le dice al oido que después, que mas tarde, que tal vez a la noche o en el amanecer, quizás abrazando el insomnio para desintegrar la amnesia del olvido. Solamente va sumando excusas sin fundamento, y el intento, es eso, conjugar el verbo para que deje de ser infinitivo.

Una palabra de color rojo como el fuego que quema, una oración pintada de verde como la esperanza que no llega, la frase celeste como el cielo que espía, un escrito multicolor lleno de contenido, pero la hoja apenas un papel sigue blanca, resistiéndose, y lápices de colores, marcadores, crayones, óleos, témperas, acuarelas, cansados de tanta espera, invisibles y transparentes al pensar y sentir, se abandonan mientras el cigarrillo muere entre las cenizas del vidrio, la copa esta vacía, y es hora de partir.

El clima, incipiente primavera de un invierno encanecido, abre la puerta para la salida sin prisa, no hay nadie, es tarde ya en esa tarde que se ha despedido sin escuchar, camina por los silencios de presencias, pasillos de silencio en singular y plural, femeninos y masculinos, viejos y jóvenes, solamente silencio iluminado por el rocío escapando de las manos, entre los dedos, algo de frío que no logra aceptar el temor de necesitar algún abrigo, sale, tampoco escucha el último hasta mañana ni la puerta que se cierra a sus espaldas.

Se para en cada esquina, el canillita promociona sus noticias, el colectivo saluda la luz roja del semáforo, alguien corre y no le importa, las vidrieras indiferentes, voces en la confitería de la vereda que transita, cuadras y cuadras hacia delante intentando alejarse de lo que queda detrás. El ascensor que no llega, las llaves que no encuentra, la oscuridad que no molesta, tropieza, se va desvistiendo para dejar la huella que le permita no perderse. Respira con profundidad bajo la ducha, apenas se seca para dejar la piel húmeda y sentir que vive. Regresa. Se reencuentra al mirarse en el espejo. No sabe cuántas vueltas el reloj ha podido dar en su trayecto. Se distrae enmarcando el dibujo de palabras pintadas.

Despierta después de no saber por cuánto tiempo. Se despabila con el agua fría, con el silbido de la pava, con la luz atravesando la ventana, con la tostada, con el café, con un timbre ininterrumpido e insistente, ¿quién se atreve a entrometerse?, del otro lado la misma voz del recuerdo le pide perdón por el olvido, y un prolongado suspiro avisa que la pesadilla de tanto tiempo ha terminado. El corazón de nuevo retoma su ritmo acostumbrado. Los pensamientos otra vez recuperan las palabras. Los sentimientos otra vez, iguales, escapan apurados para quedarse a su lado. Y no importa recordar ¿qué ha pasado?. Y no importa recordar ¿por qué ha sufrido tanto?. Y no importa, ya no importa.

Desnudando los sentimientos bajo la ducha se da el tiempo de calmar tanta ansiedad y sale a navegar llevando solamente lo imprescindible. Encuentra la espera que se queda en el cielo inmensamente calmo, cuando el verde del campo perfuma la habitación del amor recuperado. Sonriendo, le extiende los brazos, y la sábana de seda se desliza por la cama dejándola sin excusa, despacio va a su encuentro, empieza el trayecto de los pasos dejando huellas, la luna se esconde, la cortina baila, el teléfono duerme, y el reloj se detiene.

Está y no sabe por cuanto tiempo en el cráter de su boca hasta sentir que queman cada uno de los besos, para bajar por la ladera de su cuello, despacio, sin apuro, recorriendo el camino que lleva hasta sus pechos. Brisa y viento repiten y reiteran que no se detenga hasta llegar al puerto. Descienden por cada geografía de cada cuerpo para terminar y empezar siguiendo. En el infierno y en el paraíso, sin saber de cuál han salido o en el que han entrado.

Interminable dimensión de experiencias sensoriales, la aptitud del alma permite captar y disfrutar cada uno y todos los estímulos externos, excitando sentimientos, tuyos, míos, nuestros, se entrelazan entre los dedos y una espiral de mareo y vértigo acontece al mismo tiempo en un torbellino de besos y caricias, los que se aprisionan en un remolino de pasión.

Ruedan. Giran. Se detienen. Siguen. Insaciables seres uno igual al otro, diferentes y distintos.

¿Qué está pasando en el mundo que solamente estas vos metiéndote en mi cuerpo?.

¿Qué está pasando en mi cuerpo que solamente estas vos recorriendo mi adentro?.

¿Qué está pasando en mi adentro que solamente estas vos esclavizando mis sentimientos?.

¿Qué está pasando en mis sentimientos que solamente estas vos haciéndome gozar siendo prisionero?.

¿Qué está pasando que haces de mí lo que queres y que hago de vos lo que quiero?.

¿Qué está pasando en esto que es nuevo al mismo tiempo repetido hace poco y tanto tiempo?.

¿Qué está pasando que ya no me recuerdo?.

¿Qué está pasando?.

Y cuando las preguntas pierden sus palabras, el interrogante los cobija en lo último, ¿para qué pregunto si estas respondiendo?.

Se mantienen sobre el azul verdoso que brota de la tierra naturalmente y sale del suelo a temperatura elevada. Un conjunto de rayos luminosos rectilíneos independientes entre sí, procedentes de un mismo punto los enceguece para reunirse en emisiones ondulatorias, reflejadas en la lámina de cristal, en donde el sol se protege de bordes salientes con respecto al centro. Cambiando de dirección al pasar por diferentes densidades, avanzan con el movimiento de brazos y piernas sin tocar fondo. Flotan. Ondean en el aire. Vuelan. Nadan. Se mojan al mismo tiempo en igual tiempo todo el tiempo.

En la antesala del vestíbulo, el eco reiterado de estruendos cada vez más cercanos, los arrastra por la impetuosa corriente de agua que sobreviene en el tiempo de lágrimas y lluvias, truenos y relámpagos, viviendo cual agonía, hasta caer por el precipicio, quitando y obligando la cascada interminable, el oxígeno que deben recuperar, y en donde suspiros, jadeos, quejidos, respiraciones, se aquietan y enloquecen.

Se dejan caer sabiendo que nada vale el esfuerzo de evitarlo.

Duele satisfecho el cuerpo al descender sobre las aguas, salada y dulce, la que desemboca en una calma imprevista, la que desparece sin aparecer, ante el espacio descubierto que sirve de entrada al canal de la intimidad donde se adentra su presencia viril.

Y en el exacto lugar de donde parten y a donde convergen acciones particulares coordinadas, se equilibran todas las atracciones del instante que, sumados y multiplicados, producen el espacio de tiempo en que se conjuga, se fusiona y se transforma en la sublime exaltación de ser uno solo habiendo sido vos y yo.

Es el presente que se interpone entre el ayer y el mañana, así, vos, yo, nosotros,  así, yo, vos, nosotros, y otra vez, tantas veces, viceversa, percibimos auditivamente, recibimos imágenes, sensaciones, impresiones, tomamos lo que damos y enviamos, aceleramos la respiración y respiramos anhelosamente por efecto de lo compartido.

Te aferras a mis hombros y me aseguro en tu cintura.

Destruimos murallas. Cruzamos puentes. Caminamos. Corrimos. Trepamos a los árboles. Saltamos al abismo.

Agotados al mismo tiempo, el sudor que atraviesa todo nuestro adentro escapa por nuestros poros fusionando nuestra piel.

Abrazados al silencio, nos abrazamos, pasando mi brazo por tu espalda para quedar en tu hombro, dejando tu mano sobre mi pecho.

Te miro.

Me miras.

Paso mis dedos por tu mejilla.

Me das un beso.

Mi cabello se esconde en el hueco que me ofrece tu cuerpo mientras protege mi desnudez cuando escucho ¡te amo! para decirte ¡te adoro!.

La sábana de seda nos cubre, la luna se asoma, la cortina está cansada y feliz, el reloj recupera su transitar, y el teléfono no logra despertarnos cuando el día comprende que aún no ha amanecido en la cama compartida.

En la sorpresa y el dolor, las señales de tantas heridas y tantas llagas, pretenden, compulsivamente, instalarse para quedar y no partir. No deben hacerlo, pero insisten, no pueden pero persisten, no quiere pero vencen todo esfuerzo. Un quieto aleteo de alas, ensordece. Levantan vuelo miles de hechos, momentos, instantes, pequeños y profundos detalles, ese ayer que regresa sin importarle nada de lo que pueda sentir.

El húmedo olor de los años quita de a poco las telarañas cuando sube uno a uno los escalones y es en el último peldaño que pretende huir cuando, una extraña congoja aprieta la garganta, seca la boca, obliga a detenerse y escuchar.

Pronuncia un nombre, despacio, como con vergüenza, ni siquiera el eco le responde, se reitera esa nada. Vuelve a repetir, ahora con mas fuerza, el mismo nombre que gritó aquella vez, a la espera de respuesta, la que llega en un trueno tenaz y profundo, porque ahora llueve fuerte, tanto adentro como fuera, acompasadamente, cual tormenta de un huracán que se lleva la arena para borrar cualquier huella.

 

Prepara el café, lenta y concentradamente, necesita lograr ese sabor justo, como para ser caricia en la garganta después de gritar y llorar tanto durante toda la noche. Afuera aun llueve. El olor a tierra se filtra por la ventana entreabierta.  Necesita casi con desesperación indisimulada hacer una recorrida por lo que fue, por lo que quiso ser, por lo que debe ser, por lo que es, recordar los recuerdos, buscar y hurgar en el ayer, analizar y desmenuzar el presente, en este hoy y el ahora. 

Colocando el cartel cerrado por balance, la confrontación del activo y del pasivo a que se obliga le resulta imprescindible, debe encontrar como en estado de suma urgencia, el oxígeno que le permita seguir viviendo la sobrevivencia. Debe distinguir los débitos y los gravámenes como el costo y los riesgos que contrapesan los beneficios, solamente así, podrá saber, recién entonces intuir que es lo que debe hacer para no quebrar.

Los primeros días no logra encontrar mucho, la confusión está borroneada. El fin de semana no permite encontrar más que su angustia, esa locura que oculta la cordura cuando sabe que camina hacia el mismo lugar de donde partió aquella vez. Los días finales son el resultado, el balance que le muestra un déficit, una pérdida constante, un vacío de propiedad, una permanente ausencia, una total carencia, una nada de tanto. Y en el regreso vuelve a repasar las tablas del esfuerzo.

Hace exactamente ocho mil trescientos noventa y cinco días en que empieza la verdadera, real, diferente, concreta vida, desde el momento preciso en que el corazón muere al confirmar la ausencia definitiva del amor de su vida, porque si, se puede tal vez, y quizás, soportar la muerte del amor, lo que no se puede por eso es que no ha podido, es soportar la muerte del ser amado.

Reflexiones de insomnio escapan en respuestas, para dibujar momentos, hoy apenas instantes, los que se van quemando para convertir los recuerdos en cenizas, y ofrecerlas sin condiciones al viento del olvido. Deja de revolver entre las ruinas de su ser. Despierta despacio y lentamente de la prolongada anestesia. Los labios están secos y resquebrajados y un profundo suspiro rompe el silencio, se entretiene escuchando su respiración y el corazón sorprende al latir diferente. Acepta la herida para que el tiempo la convierta en simple cicatriz.  Duele el dolor pero ya puede soportarlo. Despliega las alas, vuela despacio.

El sendero es interminable, angosto en subida, suelo imperfecto y dificultoso de transitar, cada paso debe ser planificado, afirmando un pie antes de permitir al otro avanzar. A un lado como una pared de piedra mohosa, la montaña de montañas sin interrupción, no importa, la mano resbala hacia las palabras ¡sigue adelante!, ¡no te detengas!, ¡no mires hacia atrás!.

Aferrada a una flexible rama y con los pies apoyados en un hueco recién cerrado, el cuerpo descansa  sobre una roca, para mirar el borde del precipicio del cual se aleja para escuchar apenas algunas piedras mas pequeñas caer en eco rompiendo tanto silencio. La realidad sujeta su brazo, sentándose a su lado, dialogar en el monólogo que tiene hiladas las palabras cual manto que cubre lo que era para desnudar lo que es, “empiezo a caminar despacio el largo camino de dejar junto al tuyo mi recuerdo, un adiós, algún olvido, este vacío, se llevan lo mucho que aún tengo adentro, el amor se me quedó huérfano en la herida de la que sos el dueño”.

Y en el reencuentro……….

Y en el nuevo tiempo……….

Y en este regresar al mismo lugar de la partida……….

El miedo ha escapado de prisa. Los recuerdos se acomodan adentro. La soledad y el silencio dejan oír lo que se tiene que decir.

 

“Porque te amé y porque te sigo amando, es que adentro todo ha estallado. Mil pedazos en una herida nueva, un dolor distinto, recuerdo apresurado, retazos, la soledad de tu ser que ya no extraño al recordarte a cada rato”.

Y en el abismo donde te busco me pregunto para oír mi grito en el silencio.

Miro el reloj y me dice que ya es la una y treinta de la madrugada, en esta noche, ya no se cuantas noches, desde aquella, me quedo dormida, soñando, sin recordar al despertar por dónde ha transitado mi mente.

Mientras leo el diario, buscando salir airosa de este estar, acaricia la mejilla una lágrima, resbalando sin apuro, en el trayecto, para besar los labios, mientras recuerda mi cuerpo tu presencia, y cubierta con harapos, trozos y pedazos, vestida de esperanza y transparencias, me dicen la espera ha terminado, es en vano, se ha desintegrado.

Abro las ventanas de la vida, me miro en el espejo ya empañado,  es la lluvia que en mi baño, desprende al pájaro apuñalado.

¡Tengo miedo!, pero no tanto. Estoy asustada, pero no lo suficiente.

Y ha pasado el tiempo, ya no tengo miedo y ya no estoy asustada, es porque mientras le llevo flores a su recuerdo, él, me sigue amando tanto o más de lo que yo también lo amo.

"LOS TEXTOS INCLUIDOS EN LOS SIETE TOMOS QUE CONFORMAN LA OBRA POESIA Y NARRATIVA ACTUAL 2006 FUERON SELECCIONADOS POR CONCURSO A NIVEL INTERNACIONAL ENTRE 2025 AUTORES DE HABLA HISPANA DE 26 PAISES". SILVIA JULIA KAPLAN. TOMO I. PAGINA 105 A 112.



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