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El Día despues





Intuyo que amanece. Afuera, la noche, indiferente, usufructúa de su pereza. Adentro, diferentes formas, arte de algún invisible dibujante, extrañas al lenguaje habitual, reales, ciertas, se copian de la  botánica. Abrazadoras, abroqueladas, aciculadas, acorazonadas, aflechadas,  alabardadas, arriñonadas, aserradas, se presentan en silencio, gozando de la coincidencia al empezar con a. No importa en que rama nacen, en cual fueron colocadas, en donde permanecen, adornan el lugar,  todas,  cada una,  dándose el permiso de la amnesia en las otras formas, las que también existen pero deben ser olvidadas,  tal vez al no encontrar la naturaleza la manera de mirarse en el espejo de las palabras.

Conjugando verbos, las hojas, pretendiendo independizarse de las ramas, regresan al pasado desde el presente, para recuperar lo que ocurrió por aquel entonces cuando se encontraban, y antes, mucho antes de este reencuentro.

En el mismo espacio,  como  escenario de una obra teatral que empieza al levantarse el telón desteñido de tiempo gastado, coloreando formas,  con distinto nombre,  todo es verde,  sin excepción alguna, aunque sean el arco iris del mismo color, algunos puros y otros mezclados. Son el resultado de la paleta del transparente pintor jamás conocido. Amarillo con azul, un poco de negro, tal vez algo de blanco, naranjas, grises, rojos, violetas,  participan, aunque escondidos, aunque imposibles de distinguir, incierto el momento de aparecer, por desconocerse el estado de ánimo al empezar, después al continuar, y por fin al terminar la tarea encomendada.

¿Por qué será que resulta curioso no encontrar alguna flor?, ¿habrá sido la prisa de partir?, ¿se habrá olvidado de mirar antes de alejarse?, ¿no existe en el mundo verde de esperanza alguna flor que perfume, algún pétalo que pueda saborearse, algún color que permita brillar en la mirada?.  Y los interrogantes parten a la búsqueda de sus respuestas. Los actores las imitan,  pero como tantas veces ocurre, algunas de esas y otras preguntas, jamás encontrarán lo que fueron a buscar, simplemente porque por alguna desconocida razón, han decidido caminos diferentes.

Las hojas,  compiten entre orgullos prepotentes, humilde producción de la sabia naturaleza, copia exacta, logro de un desconocido diseñador de interiores; se supone.  Están y seguirán estando, demasiado tiempo, todo el tiempo, el suficiente para saber que han plagiado el oxígeno, que han reemplazado y han decidido, evitar el esfuerzo, tal vez el gasto, de ese alguien mas de todos los que han intervenido,  impidiéndole que cumpla con el ritual diario de cuidarlas y protegerlas, regándolas. Es por eso, se entiende, impresionan como pidiendo perdón por lo imprevisto, y se ocultan en la protección de excesivo impulso, en donde se miran a escondidas, cuando la cascada artificial se pierde en el estrecho río de monedas deformes.

En el jardín de invierno de ese restaurante, se dejan mirar, no hay puerta alguna, ninguna ventana, están como siempre, aunque haya pasado demasiado tiempo, aquella despedida y este reencuentro, los artistas del argumento, autores de su propio libreto, autorizan el regreso del sentimiento, ese y este que los desafía sin saber aún que final darle a este comienzo. La mesa, reservada algo mas de una semana, es la misma que eligieron la primera vez y desde entonces siempre, apoyándose apenas en el vidrio que los separa, a la misma distancia, en abstracto de la imagen que pretende ocultar el fuego de cada adentro, y en concreto, de estar uno frente al otro, reiterando la historia. Pocas palabras, las otras no hacen falta.

Alguna que otra sonrisa esperan que el mozo, cumpliendo lo ordenado, reiteración de lo que acostumbraban compartir, sorprendiéndoles con el saltar del corcho, termine su tarea, los libere de su presencia, les permita sentirse solos en este instante del momento en que decidieron compartir, tal vez, quizás, merecido homenaje al ayer que intenta y pretende sin disimulo alguno, rescatar algún pedazo del mañana. Empieza a caminar sin prisa, el apuro de las agujas dando la vuelta, sin importar cuantas, mientras dibuja la pintura del diseño, cada recuerdo, el descubrirse, el amarse a escondidas, el no importar que los descubrieran, el adios, algún olvido, ese vacío, la ausencia, tanta pérdida, todo que no puede aún en el intento, llevarse lo que se ha quedado adentro,  para siempre, aunque sea poco, porque es suficiente. ¿Es el amor que se ha quedado huérfano en la herida del que ha sido su dueño?.

Actor y actriz, espectadores de su propia representación, caen en la trampa del comienzo, superponiendo un repetido eco, es cada nombre reemplazado por el ¡aún te quiero!. Transitando en pensamiento los meses que han partido en la suma de los días, al intentar escapar se convierte en sentimiento, y uno de los dos, o los dos al mismo tiempo, entienden que aun sienten lo que no quieren, solamente pueden, por ahora, sin saber del después, abrazarse a la resignación sin resentimiento, alargando la distancia de diferentes trayectos, acortando el amargo sabor que aún perdura, el que no se ha podido olvidar, ¿será que no han querido hacerlo?.

El día se acurruca en la noche, el sol cómplice insiste en iluminar la sombra de la luna, y un solitario pájaro, coincidencia, se atreve apenas, sin medir las consecuencias, a posarse en algún verde elegido al descuido de su distracción, para regresar y decir su nombre, el de ella, el de él,  reteniendo las miradas, acercándose a pesar de la distancia, atreviéndose a romper el silencio de tantas palabras con la timidez de un beso. Comprenden el error del intento y apresuran el paso justo a tiempo, para volar lejos, muy lejos. Son ellos, hoy, los mismos de aquel entonces, sin saber por qué se han convertido en tan diferentes, son ellos, los que no pudieron encontrar el nosotros en aquel tiempo, ¿lo están intentando ahora ya sin tiempo?.

¿Cómo ha de comprender que cuando  me voy jamás regreso?.  Es ella. ¿Cómo he de entender que al irme ya no puedo regresar?. Es él.  ¡Cuánto daño!. ¡Que inútil tanta espera!. ¿Para qué busca que lo quieran?.  ¿Para qué necesitaba mi presencia?. Es ella. Se queda en el silencio, espera sus palabras, no se atreve a las propias, no sabe aún porque ella aceptó este momento, ni siquiera puede presentirlo, decidió regalarse el regocijo de encontrar el sí sin merecerlo, después de tanto tiempo, el tiempo del que se apropió a su antojo sin importar ese otro tiempo. Es él.

Las preguntas pelean con las respuestas, discuten, se atropellan, subordinan, minimizan, desvalorizan, avasallan todo a su paso, igual que aquel huracán que se metió en la vida de quien no lo esperaba, y ni siquiera se lo permitió con los primeros intentos. No importa si quieren ser pregunta, tampoco importa si pretenden ser respuesta, son las flores que no existen en el jardín de las palabras, igual a las que él le ofreció con las manos para robarle un beso que apenas pudo rozar sus labios, y son las gotas de ese día de lluvia en que ella lo sorprendió al soltarse de su mano, para abrazarlo. Pero ni las flores ni la lluvia atemperaron tanto sufrimiento.

Las flores se marchitaron entre las hojas de cualquier libro abandonado. La lluvia escondió las lágrimas agotadas en la almohada que aún sigue húmeda desde lejos. Y ella, sabe de él, cuando él descubrió a la verdadera ella, por eso fue, no cabe duda alguna, la figura de hombre escondiendo el asustado niño y el inconcluso adolescente, decidió impedir que floreciera lo que plantó adentro, al olvidar que se metió de prepo, al escapar cuando confirmó que había sido atrapado en su propio juego. Ella recuerda. El olvida. Se fue para encontrar a solas sus respuestas, y regresó escondiéndolas, cada hora, cada encuentro y despedida, cada vez que avanzaba en el tiempo, se quedó adentro la flor seca, la sed de su presencia, tanta ausencia, la misma lluvia y diferente espera, para saber lo que son las paralelas. Así fue que en la geometría de la vida, empezó a entender lo que jamás aprendió, o tal vez no quiso permitirlo, no importa, ha dejado de importar, él solamente se concentró en malgastar tanta acumulada experiencia. Fue suficiente para dejar de su paso por su vida lo que quedó al huir sin despedida. Le dejó, como regalo de cobardía, esa última respuesta ofrecida sin palabras, el miedo a ser amado, el miedo a ser feliz, de los miedos que lo tenían, lo tienen atrapado.

Aunque en realidad, si la memoria no juega alguna otra mala pasada, tal como acostumbra para ocultar la verdad disfrazando la mentira, fue la respuesta que precedió a la que queda, el final de un comienzo no previsto, no por ella, si por él. Precisamente aquel día, en que, temeroso de continuar respondiendo a las preguntas, aunque ella no las dijera, es que decidió mostrarse tan desnudo por dentro como lo pudo conocer por fuera. Un estruendo de vidrios astillados, ruinas por todos lados, destellos, gritos, ecos, flores pisoteadas, la lluvia sin poder regar el suelo resquebrajado, los ojos marrones desafiando los verdes, se atreve a mirarla de frente, se atreve a gritarle como si le hablara al mundo entero, "no voy a cambiar aunque yo mismo así lo quiera".

Ella cerró la puerta a sus espaldas, y en cada escalón, subiendo la cuesta de una montaña derrumbada, huyó del asesino del nosotros, y arrastrando el carro de la decepción, no pudo, no quiso, no se permitió perdonarle convivir con los miedos del pasado, era su estigma, no tenía por qué compartirlo. Ya no iba a creerle, demasiadas mentiras tergiversaron la verdad, demasiado esperar que tomara entre sus manos alguna oportunidad, de las tantas ofrecidas, de las muchas pisoteadas, de lo tanto transitado, esperando, por lo menos que cumpliera la mas pequeña de alguna de las miles de promesas, y él aprendió a entender cuando se cansó de llamar y jamás ser atendido mas que por la voz del contestador telefónico, aunque ella estuviera escuchando su respiración, su esperar, su necesidad, su hasta cobardía de impedirse dejar algún mensaje.

Es aquí que se presentan sin respeto y sin permiso, las horas que atraparon a escondidas, el amor naciendo como herida y la sorpresa de volver a vivir la vida. El antes del después. El mañana del ayer. El desamor del amor. Se quedan en silencio, acongojados, los testigos de aquel entonces, esas caricias, y en especial aquella que aun siente todavía, los besos, y en especial aquel generoso, apresurado, atrapando en la piel, los ojos desnudando, el pudor de su ser, necesitando. Quedan de testigo lo que dieron, cada vez, siempre y al descubrirse, o la sombra de un después, continuación del antes, en la sed insaciable, presumida, para saber, ella, él, que no habían  muerto todavía, y el pensamiento compartido de no tener lo pretendido, por buscarlo tanto tiempo, por encontrarlo y esconderlo, cuando se prohibieron darlo a conocer al mundo entero. Hay mas testigos aún. Un sentimiento diferente, distinto, transparente, y a la medida de uno mismo, así como también quedan tantas horas y pocas aun, que al sumarlas no alcanzan para olvidar de pronto y ni por el resto de la vida, la mirada suplicante, él,  entre las manos cobijando el rostro amado, ella, el susurro de su voz en agonía,  él, lastimando el alma al terminar de lastimar el corazón entero, ella, y aquel grito del ¡te quiero! repetido, él, y el último ¡te amo!, lastimando, ella. ¡Cuánto daño!, para él, para ella, para el nosotros que no atraparon. ¡Cuánto daño! para los dos en cada despedida o cuando lloraban a escondidas, por que él no quería que ella se desintegrara entre las lágrimas, porque ella presentía que él si lo hacía.

Y lo amó. Y la amó. Y se amaron. Demasiado. Aún  la ama. Aún lo ama. Aún se aman. Mas aún si es posible, mas aún que en aquel entonces. ¿Cómo puede ser así?.  El sentir se reitera sin cansancio, adentro, perforando. Ninguno de los dos se atreve siquiera a mencionarlo. Lo presienten, ella no permite que lo diga, él sabe que no merece expresarlo. Todo y tanto, tanto y todo, piezas sueltas de un rompecabezas infinito que jamás volverá a ser construido, todo y tanto, tanto y todo es suplantado por los recuerdos que se entrometen, están intentando evitar que la equivocación, gane la batalla de una guerra terminada, no pueden regresar al error de aquel entonces, es hoy, ella presiente que no debe abandonar su decisión, él sabe que ya no tiene tiempo a su favor.  Los recuerdos, presumidos, desafiantes, siguen el intento sin entender que ambos ya han comprendido, y con prepotencia se instalan sobre la mesa, al lado de las flores que le dio al decirle ¡hola!, se pierden en la ternura de una mano acercándose, él, y la otra alejándose con igual necesidad, ella. Insisten. No se dan por vencidos. Aparecen en su mente, intactos, como si lo volviera a vivir hoy, siendo trozos del ayer. Todo el tiempo en que se quedó a su lado, esperando la paciencia de darle el tiempo que pedía y repetía en cada una y tantas despedidas, aunque fueran distintas, además de todo el tiempo en que esperó sus palabras, las que solamente se atrevía a decirlas con la mirada, también todo el tiempo que regresó dándole las oportunidades que fue desechando una a una, sin atisbo de arrepentimiento alguno. Agotó la espera, la del antes del adios, la del después, al decir hasta siempre, también la posterior a todas las demás, al quedarse en silencio escuchando su voz en el contestador telefónico, con eso solamente se conformaba, demostrando su egoísmo de siempre, escucharla, impidiendo que ella recibiera lo mismo que él. Otros recuerdos se superponen, todo el tiempo en que siguió esperando, al creer que su amor valía tanto que algún día vendría a buscarlo, no fue así,  demostró que sabía mentir, demostró que era cierto, no la merecía, demostró ser un maestro al presentar su figura dibujada en cobardía, indisoluble resultado del alma destruida.

Y siguen los recuerdos, aparecen sin esfuerzo, los que la llevan hacia su propia voz preguntándose por aquel tiempo, ¿qué mas puedo decirle de lo ya dicho si todo lo dicho fue escuchado?, y la respuesta encontrada cuando terminó cada una y todas las esperas, le recuerda el total del silencio empecinado en la vergüenza de amar y ser amado. Recuerdos, uno tras otro, abriendo el baúl repleto, todo lo intentado, lo posible, lo imposible, una vez mas, otra vez, tantas veces, duele recordarlo, en aquel tiempo al decidir  partir, hoy, en que se esta metiendo mas adentro aun de lo logrado. Y sigue doliendo el dolor que la atrapa a tiempo. Compara aquella vez en que quiso huir apresurado, para acercarse al momento en que decidió aceptar la propuesta del reencuentro sin siquiera pensarlo, era, es tan solo el comienzo que ha necesitado, ese de rendirle homenaje a su presencia porque pudo demostrarle que era cierto, ganó la batalla aun perdiendo en la guerra que pelearon sin quererlo. Se reconforta el haberlo aceptado, para darle final al sentimiento, para enterrarlo aunque sea de prepo, ¡qué descanse en paz!, escribe sin palabras en la placa que coloca sobre el mármol frío de la tumba tibia, al despedir todo lo de adentro, y tanto, que logra sentir el vacío de un hastío envejecido.

Le es necesario mostrarle frente a frente, acortando la distancia aunque la mesa se encuentre en el medio, aunque el jardín de invierno se vista de escarcha, está nevando aunque no quiera verlo, los recuerdos han encanecido, están demasiado viejos, ya no hay pasión, ni deseo, ni siquiera algún vestigio que pueda recuperar, se han perdido, se quedaron dormidos, han partido. Ella pudo en todo ese, este y aquel silencio,  continuar en su camino, agotando la sangre de sus venas, es cierto, pero siguiendo el trayecto,  dejando que se quede en el hastío, el sentimiento, el mismo que él buscó tanto, el que abandonó sin remordimiento, apenas al encontrarlo, aún intacto.

Porque lo amó y lo sigue amando, es que adentro todo ha estallado, lo recuerda, lo siente, le duele aun a pesar del tiempo. Mil pedazos en una herida nueva, le dejó de herencia y a pesar de haber prometido no hacerle daño, a la amiga de ambos, a la que usó para encontrar la debilidad que escondía entre las otras heridas. Un dolor distinto a los tantos ya sentidos, es el recuerdo apresurado, cual retazos,  de aquella soledad que no buscaba, ni siquiera pretendía encontrar, ya resignada, y la obligó a repetir, venciendo las barreras de su ser, extremando la seducción bien aprendida, para meterse adentro, para salir corriendo cuando encontró lo que buscaba, cuando lo usó cuando lo necesitaba, cuando lo apuñaló cuando mas lo amaba. En el abismo donde lo busca, después de la caída, se interroga con la exclusiva intención de oír su propio eco, ella solamente aprendió a vivir sin su recuerdo, para encontrar la respuesta a su propia pregunta, la única que le importa desde aquel ayer, en este presente, descubrir a tiempo, ¿por qué el amor si apenas me acaricia, ya repliega sus alas temeroso, se vuela en un suspiro que asfixia, se esconde, se avergüenza, no responde, y se aleja en soledad, entre los sueños, para morir en sentimiento sin algún dueño?.

Abandona su propio diálogo, deja que el monólogo insista en el nosotros que ya no existe porque nunca pudo existir, y al despertar de su vuelo por el tiempo, se sobresalta  cuando una moneda cae en el río de la fuente para tomarse de la mano de una flor, es él que se ha alejado para no escuchar los recuerdos, para intentar recuperar el tiempo que mató en su egoísmo de creerse el centro del mundo. Y lo espera con diferente espera, poco le interesa, lo mira acercarse, le es indiferente, disimula, lo intenta, más no puede, está cubierta toda por los andrajos de los recuerdos, esos que pueden cobijarla, protegerla, respetarla. Como despertando de una noche dormida en sobresalto, se concentra en la música, el mismo bolero de Ravel de las noches apagando cada vela, la devuelven hacia aquella caricia que disfruta, y así poder rechazar la que él intenta hoy empezar a repetir, y al pasar su lengua por los labios resecos, rechaza el acercamiento de los suyos, y recupera el último beso del ayer que logra impedir el que pretende quedarse hoy. Se disipan los últimos vestigios de la nada y el todo del comienzo, se entromete un enojo en la mezcla del dolor y de la rabia que quiere salir, y al permitirlo, desafiándolo sin bajar los ojos, acepta la herida para darle permiso de que empiece a ser cicatriz. Mientras él agoniza en la espera, ella en la soledad a su manera, se reencuentra. Y la hoja al dejar de ser el pájaro que no pudo ser, se deja caer finalmente en el artificial canal de la acera, dialogando con el cordón de la vereda, disfrutando ser la que él no quiso que fuera. El viento, apiadándose de tal aventurera, la hace navegar, alejándola del ayer, en busca del mañana.  En el altar de un fuego apagado con la copa de champagne que la recorre entera, él. entiende que deberá continuar por una sola de las líneas de ambas paralelas.

En la soledad del silencio ausente de presencia, una hoja, la de adentro cae en la fuente del jardín de invierno, para ahogarse entre las monedas., la otra hoja, la que salido justo a tiempo, al saber que no pudo ser pájaro, quiere intentar ser velero. Amanece,  ha dejado de ser intuición, el sol se ha cansado de iluminar la sombra de la luna. La noche fue abandonada por la pereza. Salgo a caminar enfrentando el desafío de volver a ser yo misma y a pesar de su viaje sin equipaje por mi vida.

Es el día después. Ya puedo decir  adios…..No hay mas palabras, ya no me hacen falta.

MENCION DE HONOR 2001. DECIMO CONCURSO LITERARIO Y SÉPTIMO CERTAMEN LATINOAMERICANO. ASOCIACIÓN INTERNACIONAL DE CLUBES DE LEONES.


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